Claus y Lucas 📚
Lecturas de 2023: Claus y Lucas por Agota Kristof
Libros del Asteroide nº 214
Primera edición en Libros del Asteroide: 2019
ISBN: 9788417007744
Le grand cahier. Editions du Seuil, 1986
La preuve. Editions du Seuil, 1988
Le troisieme mensonge. Editions du Seuil, 1991
Página 89:
Un hombre dice: —Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra. La mujer dice: —¿Que no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos… Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido, ¡así que hacedla, héroes de mierda!
Página 93:
El pobre husmea. —Pero aquí huele a buena sopa bien caliente. El rico grita: —¡No puede oler a sopa en mi casa, nadie está preparando sopa en mi casa, debe de venir de casa de los vecinos, o bien serán imaginaciones suyas! Ustedes, los pobres, solo piensan en su estómago: por eso nunca tienen dinero. Se lo gastan todo en sopa y salchichones. Son unos cerdos, eso es lo que son, y ahora me está manchando el parqué con la ceniza del cigarrillo. ¡Váyase de aquí y que no vuelva a verlo! El rico abre la puerta, da una patada al pobre, que cae de bruces en la acera. El rico cierra la puerta de nuevo, se sienta delante de un plato de sopa y dice, uniendo las manos: —Gracias, Jesucristo Señor Nuestro, por todos tus dones.
Página 98:
Nadie habla, nadie llora: los ojos están fijos en el suelo. Solo se oye el ruido de los zapatos claveteados de los soldados. Justo delante de nosotros un brazo delgado sale de la multitud, tiende una mano sucia, una voz pide: —Pan. La sirvienta, sonriente, hace el ademán de ofrecer el resto de su rebanada, la acerca a la mano tendida y después, con una risotada, se lleva el trozo de pan a la boca, lo muerde y dice: —¡Yo también tengo hambre!
Página 128:
Cuando nuestra prima vuelve de la ciudad, pregunta: —¿Ha pasado algo? Nosotros decimos: —Sí, un obús ha hecho un agujero en el jardín.
Página 137:
El dinero ya no tiene valor, todo el mundo hace trueque. Las chicas se acuestan con los soldados a cambio de medias de seda, joyas, perfumes, relojes y otros objetos que los militares han cogido en las ciudades que han atravesado. La abuela ya no va al mercado con su carretilla. Son las damas bien vestidas las que vienen a casa de la abuela a suplicarle que les cambie una sortija o unos pendientes por un pollo o un salchichón. Se distribuyen cartillas de racionamiento. La gente hace cola delante de la carnicería y la panadería desde las cuatro de la madrugada. Las demás tiendas permanecen cerradas, a falta de mercancías. A todo el mundo le falta de todo.
Página 137:
Más tarde, volvemos a tener un ejército y un gobierno propios, pero son los liberadores quienes dirigen nuestro ejército y nuestro gobierno. Su bandera ondea en todos los edificios públicos. La foto de su líder se encuentra en todas partes. Nos enseñan sus canciones, sus bailes, proyectan sus películas en nuestros cines. En los colegios, la lengua de los liberadores es obligatoria, mientras que las demás lenguas extranjeras están prohibidas. No se permite ninguna crítica ni ninguna broma contra nuestros liberadores o contra nuestro nuevo gobierno. Con una simple denuncia se lleva a la cárcel a cualquiera, sin procesos y sin juicios. Hombres y mujeres desaparecen sin que se sepa por qué, y su familia nunca vuelve a tener noticias suyas.
Página 137:
Reconstruyen la frontera. Ahora es infranqueable. Nuestro país está bordeado de alambre de espinos; estamos totalmente separados del resto del mundo.
Página 155:
Sí, hay un medio de atravesar la frontera: hacer pasar a alguien delante de uno.
Página 376:
El niño firma el atestado verbal en el que hay tres mentiras. El hombre que cruzó con él la frontera no era su padre. No tiene dieciocho años, sino quince. No se llama Claus.
Página 389:
Tengo que apartar a Lucas, cueste lo que cueste, impedirle que vuelva a abrir la espantosa herida.
Página 390:
No quiero oír eso de «¡Lucas, hijo mío!». Ya no. Sería demasiado fácil.
Página 394:
—No, ahora no. Cuando me haya marchado. Hay una cosa importante que me gustaría saber. ¿Cómo me hice la herida que tengo?
Página 398:
—Haces comedia hasta el final, Klaus. De haber sabido que tenías un corazón tan duro, no habría hecho nada para dar contigo. Lamento mucho haber venido.
Página 404:
Le pregunto: —¿Dónde está Lucas? Dice: —Está aquí, en el hospital. Está herido. Digo: —Quiero verl0. Dice: —Está inconsciente. —¿Qué quiere decir eso? —Que de momento no puede hablar. —¿Está muerto? —No, pero tiene que descansar. —¿Y mi madre? —Tu madre está bien. Pero a ella tampoco la puedes ver. —¿Por qué? ¿También está herida? —No, duerme. —¿Y mi padre? ¿También duerme? —Sí, tu padre también duerme. Me acaricia el cabello. Le pregunto: —¿Por qué duermen todos menos yo? Dice: —Es así. A veces ocurren estas cosas. Toda una familia se pone a dormir y el que no duerme se queda solo. —No quiero quedarme solo. Yo también quiero dormir, como Lucas, como mi madre, como mi padre. Dice ella: —Pero alguien tiene que quedarse despierto para esperarlos y poder cuidarlos cuando vuelvan, cuando despierten. —¿Despertarán? —Algunos sí. Eso es lo que esperamos, por lo menos.
Página 426:
Sarah no dice nada. Está pálida, tiene los ojos enrojecidos. Contempla el cielo. El cielo azul y sin nubes de una mañana de verano. Yo miro a Sarah, una niña de siete años, mi primer amor. No habrá otro.
Página 429:
La habitación de los niños está limpia, las camas también. A todas luces, nuestra madre nos esperaba. Pero a quien más espera es a mi hermano Lucas.
Página 444:
También pienso que pronto volveremos a estar todos juntos. Cuando muera mi madre, ya no me quedará ninguna razón para seguir. El tren es una buena idea.