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Resueltos los problemas científicos y clínicos asociados a la anemia falciforme o la beta talasemia por el tratamiento con Casgevy, capaz de curar estas enfermedades tras una sola administración, tan solo nos queda resolver lo más importante: cómo llevar esta terapia a todos los enfermos que la necesitan. Son más de cuatrocientos mil las personas que nacen anualmente con anemia falciforme en el mundo, en su mayoría en África y Asia. Y todas ellas deberían poder aspirar a ser tratadas con Casgevy, en cumplimiento del cuarto principio de bioética, el de justicia, que garantiza que toda terapia que desarrollemos debería estar disponible para todo aquel que la necesite, no solamente para quienes puedan sufragar sus costes. En EE.UU. hemos conocido que el precio acordado para este tratamiento es de 2,2 millones de dólares por paciente. Una sencilla multiplicación nos llevara a constatar que, desgraciadamente, va a ser muy difícil, sino imposible, actualmente, llevar esta terapia a todos los enfermos que podrían beneficiarse de ella. Este es un problema fundamentalmente económico pero también un dilema ético de primera magnitud. El principal problema al que se enfrenta esta nueva terapia CRISPR es de accesibilidad. Lograr que Casgevy (y todas las terapias para otras enfermedades congénitas que seguirán) sea accesible a los enfermos debería ser el reto a resolver para un futuro inmediato. Resulta moralmente indefendible pensar que estas costosísimas terapias solamente van a estar disponibles para unos pocos afortunados que, en estos momentos, puedan costeárselas. Debemos trabajar para conseguir que los sistemas nacionales de salud acuerden precios razonables que salvaguarden el legítimo derecho que tienen las empresas farmacéuticas a obtener un beneficio de las inversiones realizadas para desarrollar la terapia. Sin olvidar que el origen de estos tratamientos innovadores lo encontramos en investigaciones básicas, como las dos protagonistas de esta historia, financiadas generalmente con recursos públicos.
Y todo esto empezó con la investigación de Francis Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante. #tech